AA.VV. Inconsciente y Síntoma

$ 14.000,00

Sumario

Apertura
Oscar Zack

Apertura
Adela Fryd

Esto no es una guía de lectura
Ernesto Sinatra

Conferencia–Seminario de Eric Laurent
El delirio de un inconsciente sin el síntoma
Coordinación: Aníbal Leserre

El delirio de un síntoma sin inconsciente
Coordinación: Luis Tudanca

Usos del inconsciente y síntomas actuales
(Coordinación: Flory Kruger)
Los tres inconscientes
Francisco-Hugo Freda

Dos fórmulas de Lacan sobre las psicosis y el inconsciente
Juan Fernando Pérez

Psicoanálisis puro: políticas del sinthome
(Coordina: Mónica Torres)
Inconsciente y síntoma
Ricardo Nepomiachi

Políticas del sinthome y el deseo del analista
Iordan Gurgel

Una política del sinthome
Graciela Brodsky

Política del sinthome
Guillermo A. Belaga

Homenaje a Oscar Sawicke
Mónica Torres
Eric Laurent

Palabras de cierre
Gabriela Camaly

Presentación

La fragilidad de los lazos —dice Eric Laurent— se hace más evidente en momentos de crisis como el actual. Podríamos pensar a la pareja inconsciente-síntoma afectada por tal debilidad, alterada por tal endeblez. Y entonces, aquello que Eric Laurent define en este libro como el delirio de un inconsciente sin síntoma y de un síntoma que, sin inconsciente, queda reducido a una pueril disfunción, definiría a nuestra contemporaneidad.

Alguien puede sorprenderse cuando definimos el inconsciente y el síntoma en términos de esas parejas que corren el riesgo de disolverse y, aún más, de olvidarse. Tal binario hizo a la historia misma del psicoanálisis, aunque Freud y Lacan pensaron en distintos tipos de lazos. Freud los quiso indisociables: los síntomas histéricos remitían invariablemente al inconsciente; claro que su persistencia también hablaba de otras filiaciones: al ello y al superyó. Y, al mismo tiempo, su carácter subvertía a la geometría euclidiana habitual. Porque el síntoma no tiene ni derecho ni revés: es una formación transaccional en la que sus compuestos se ubican en una misma cara, al ser al mismo tiempo exterior e interior. Freud lo llama “tierra extranjera interior”, dando cuenta con esto de su carácter éxtimo. Nótese que en los bosquejos geométricos que Freud utiliza el síntoma no aparece en ningún lugar, como si su topos se resistiese a la inclusión en un sitio excluyente de los otros, llamando así a la topología.

Pero el inconsciente fue, para el creador del psicoanálisis, el inexorable destino al cual se orienta todo síntoma. Y solo el análisis consigue su resultado al final si “logra en el analizado instituir la fuerte convicción en la existencia del inconsciente”.¹

Lacan pensó que entre el síntoma y el inconsciente la relación era más hiante. Supo que el inconsciente tenía una ontología frágil. Cuando Miller lo interrogó acerca de ella, respondió que el estatuto del inconsciente es frágil en el plano óntico pero fuerte en el plano ético.² Afirmó que una de sus características es no prestarse a la ontología, ya que no es ni ser ni no-ser, sino “no realizado”. Su topos semeja el del limbo donde se alojan los no nacidos; la represión deposita allí a los desechos enquistados cual larvas vivientes. Vale recordar que Freud,³ para hablar de la indestructibilidad de los procesos inconscientes, se sirve del símil tomado de Homero en La Odisea y lo compara con esas sombras subterráneas que cobraban nueva vida tan pronto como bebían sangre. Lacan lee en ese “indestructible” una realidad que se escapa de aquella de las cosas y define un nuevo horizonte óntico, temporal más que espacial: “Así pues, ónticamente lo inconsciente es lo evasivo, pero logramos circunscribirlo en una estructura temporal, de la que bien puede decirse que, hasta ahora, nunca había sido articulada como tal”.⁴ Resuena aquí la afirmación de Lacan acerca del estatuto del inconsciente ético y no ontológico. Y también su gusto por evocar los imperativos freudianos que conducen al inconsciente, para ilustrar hasta qué punto su existencia entra en dependencia respecto del deseo del analista. Lacan encuentra a ese deseo en Freud, en el consabido Wo Es war, soll Ich werden, cuya raíz no duda en situar en una experiencia que merece el término de “experiencia moral”.⁵ O en el voto con el que, con la cita de Virgilio, el creador del psicoanálisis inauguró La interpretación de los sueños: Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo (si no tengo respuesta en los dioses celestiales, moveré a los del infierno).⁶

Con tales evocaciones, Lacan hace depender la existencia del inconsciente del deseo del analista, y el contenido de estas jornadas —vertido en parte en las plenarias que se publican en este libro— alienta ese deseo. No olvidemos que Lacan⁷ decía que hay coyunturas que pueden propiciar al deseo del analista o, por el contrario, no facilitarlo. Sin él, será lo que Laurent nos propone como el delirio del inconsciente sin síntoma y del síntoma sin inconsciente. Claro que el inconsciente sin síntoma pierde su estatuto de inconsciente psicoanalítico, para entrar en afinidad con el funcionamiento cerebral como maquinaria sin sentido; y el síntoma sin inconsciente pierde su dignidad de síntoma singular, para quedar apresado en las disfunciones del DSM. Las dos conferencias de Eric Laurent son, por lo demás, enormemente ilustrativas.

Para muchos, hablar nuevamente de la relación entre inconsciente-síntoma parecerá un tema ya sabido. El “apetito por lo nuevo” que gobierna a nuestra época podría llevar a pensar que este binario es repetitivo, ya visto. Por el contrario, para el psicoanalista tal vínculo debe renovarse permanentemente, so pena de la desaparición del psicoanálisis. En los distintos momentos del análisis, ese lazo sufre modificaciones dependientes de las distintas posiciones del sujeto. Sin duda consiste en una relación fundada en una no-equivalencia, pero se trata de evocar que, para Lacan, en la medida en que no hay equivalencia, se estructura una relación.⁸ Hay algo del síntoma que no es dócil al inconsciente y hay algo del inconsciente que remite a lo no conocido. Lacan dice que el síntoma, en determinados momentos, puede ser lo que mejor se conoce;⁹ mientras que el inconsciente alberga un agujero que remite a lo no conocido. La alteridad de los dos términos es lo que posibilita que uno limite al otro.

Lacan no quiere, para el fin de análisis, una identificación al inconsciente, que conduciría al extravío de lo interpretable sin fin. Pero considero que tampoco debemos pensar a la identificación con el síntoma como un total desabono respecto del inconsciente, ya que en ese caso nos encontraríamos con un síntoma que se hizo ego, figura totalitaria. En este sentido cobra todo su valor la diferencia que Eric Laurent plantea entre la Versöhnung en la psicosis y la identificación al síntoma. Un sujeto, entonces —en el fin del análisis—, desabonado sí del inconsciente transferencial, pero no del inconsciente real.

Los trabajos que recoge este libro son de sumo interés. Hugo Freda nos habla del inconsciente real, del simbólico y del imaginario que, unidos borromeanamente, hacen nudo en el sinthome. Define la práctica analítica como un recorrido del inconsciente bajo esas tres formas. Marita Manzotti relata la eficacia de la cura de un autista, aún bajo el límite de una clínica en la que no es posible orientarse por la creencia en el inconsciente. Juan Fernando Pérez plantea dos fórmulas de Lacan antinómicas acerca de la psicosis que son válidas para explicar distintos momentos de su acontecer. Hay una disyunción entre la definición del psicótico como “mártir del inconsciente” y la que elabora caracterizándolo como desabonado del inconsciente. Ambas —muestra muy bien Pérez— explican la psicosis: ¿acaso la segunda no puede ser en muchos casos la única defensa frente a la primera?

Emilio Vaschetto nos habla de la necesidad de que el paciente crea en el síntoma como condición para un análisis, algo no común en nuestra contemporaneidad en la que reina la increencia. En este sentido propone que todo análisis, para poder realizarse, debe provocar una urgencia como vía de efectuación de un sujeto posible. Los comentarios de Flory Kruger relativos a estos trabajos son sumamente precisos.

Los textos dedicados a las “Políticas del sinthome”, comentados por Mónica Torres, son sumamente sugerentes. Ricardo Nepomiachi propone, para el fin de análisis, un estado del síntoma en el que el inconsciente pasa a lo real y despierta así al síntoma del sentido. Iordan Gurgel diferencia la política de la identificación al síntoma propuesta por Lacan de la política de la IPA (como identificación al analista) y de la política de la ciencia y del discurso capitalista como amo actual. Graciela Brodsky muestra dos momentos de la política en Lacan. En el primero se trata del deseo, y la dirección de la cura se acompaña por una ética del forzamiento, donde son afines los términos “arrancar”, “atravesar”, “extraer”, “empujar”, etcétera. El segundo es la política del sinthome, en la que tienen más cabida los lazos contingentes que surgen de la falta de relación. Graciela no elimina la primera política, sino que muestra cómo la segunda le pone límite e incluso la redefine. Guillermo Belaga diferencia el primer momento del análisis —en el que el sujeto está atrapado en lo que él llama una “política de la verdad”— del momento final en el que la verdad deviene variable, y se trata ya no de la búsqueda detectivesca, sino del saber-hacer con el síntoma. Claro que ello no libera de la irrupción de lo real traumático… siempre se puede volver a ser un caso de verdad.

Luego, los testimonios del pase —con los testimonios de Ana Lúcia Lutterbach Holck, Luis Darío Salamone y Mauricio Tarrab— ilustran, en lo real de la vida, la manera en la que el psicoanálisis no es un sueño. Los comentarios de Eric Laurent al respecto son sumamente esclarecedores.

Finalmente, el homenaje a Oscar Sawicke: las palabras tan sentidas de Mónica Torres y de Eric Laurent hacia un ser que ha podido reunir en su vida las virtudes tan preciadas de psicoanalista consagrado, figura importante en la historia del psicoanálisis lacaniano y excelente persona; trilogía, en fin, poco común.

Se destaca la apertura de Oscar Zack, seguida por los trabajos de la comisión científica de las jornadas: Cristina de Bocca, Adela Fryd, Adrián Scheinkestel y Ernesto Sinatra. Por último, el cierre, coronado por Gabriela Camaly.

  1. Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, Obras completas, Amorrortu, t. XIII, Buenos Aires, 1990.
  2. Lacan, J., El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1993, pp. 38-41.
  3. Freud, S., “La interpretación de los sueños”, Obras completas, Amorrortu, t. V, Buenos Aires, 1976, p. 546.
  4. Lacan, J., El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos…, op. cit., p. 40.
  5. Lacan, J., El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1988, p. 16.
  6. Freud, S., “La interpretación de los sueños”, op. cit., t. IV.
  7. Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre”, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987, p. 22.
  8. Lacan, J., El Seminario, Libro 23. El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 99.
  9. Lacan, J., Seminario 24. L’insu que sait de l’une-bévue s’aile a mourre, 16/11/1976, inédito.

 

Silvia Ons

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